Ya desde hace años eran bien conocidos los vínculos, no solo comerciales sino también militares y de inteligencia, entre Rabat y Tel Aviv
Jesús A. Núñez
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Se veía venir. Tras Egipto (1979) y Jordania (1994), la senda abierta por los llamados Acuerdos de Abraham (2020) ha acelerado el proceso de reconocimiento de Israel por parte de países árabes, con Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán por delante. Y ahora Marruecos se suma a la lista en un movimiento del más crudo perfil mercantilista. Así, con una compensación tan atractiva como el reconocimiento estadounidense a la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental ocupado, hay que interpretar lo que ya antes hizo Abu Dabi (a cambio de garantías de seguridad por parte de Washington y de los sofisticados cazas F-35) y Jartum (como vía obligada para salir de la lista de países promotores de terrorismo). Y es bien evidente que a los actores implicados en estas obscenas operaciones poco les ha importado que supongan un desprecio a la ONU, al derecho internacional y, menos aún, a los palestinos.
Ya desde hace años eran bien conocidos los vínculos, no solo comerciales sino también militares y de inteligencia, entre Rabat y Tel Aviv. Incluso en 1994 ambos decidieron abrir secciones de intereses en las respectivas capitales, al calor de los entonces esperanzadores Acuerdos de Oslo (finalmente cerradas en 2000, tras el estallido de la segunda Intifada). Para Marruecos– cuyo monarca es presidente del Comité Al Qods, creado por la OCI hace más de cincuenta años como un órgano más en defensa de la causa palestina y en el que participan quince países musulmanes–, el control no solo efectivo sino también formal del Sahara ocupado es una prioridad nacional. Y de ahí que, ante el gesto de Trump, no haya tenido reparo alguno en pagar el precio de reconocer a Israel, aunque tenga una opinión pública netamente propalestina y pueda suponer algún revuelo puntual en un conflicto que se ha reactivado recientemente. A fin de cuentas, Rabat siente que el tiempo corre a su favor, como resultado del cansancio de la población ocupada y de la que habita los campamentos de Tinduf y, mucho más, por su abrumadora superioridad militar y diplomática frente a su adversario saharaui.
Vínculo militar
Visto así, reconocer a Israel es una contraprestación asumible, entendiendo que Joe Biden difícilmente podrá revertir la decisión de su antecesor, aunque solo sea porque entonces tendría que hacer lo propio con el reconocimiento estadounidense de los Altos del Golán sirios como territorio israelí; algo imposible de imaginar. Se trata además de un gesto que refuerza el vínculo que Rabat mantiene con Washington desde hace décadas, visto (junto a España) como el guardián de la puerta de Gibraltar y como un aliado relevante en la lucha contra el terrorismo internacional. Un vínculo cada vez más notorio en el terreno militar, con recientes adquisiciones marroquíes de cazas F-16, carros de combate M1 Abrams, misiles contracarro TOW, helicópteros de ataque Apache, drones MQ-9 Reaper y diversos cañones, cohetes y misiles (incluyendo el Harpoon Bloque II). Y aunque se suele entender que ese impresionante rearme responde a la clásica competencia con una Argelia que también se afana por sumar puntos como líder regional, quedan muchas dudas por el camino sobre cómo una economía en crisis como la marroquí podrá financiar ese dispendio y cómo afecta esa carrera armamentística a España.
Por su parte, Trump sigue apurando sus últimos días en la Casa Blanca no solo para complicar aún más la gestión a su sucesor, sino también para sumar supuestos «éxitos» en política exterior que le sirvan en su intento de volver a la presidencia. Un empeño que para Israel se traduce en regalos, puesto que se ve recompensado con el reconocimiento por parte de países árabes no solo sin tener que ceder nada sustancial a cambio, sino incluso con avances como los citados Altos del Golán y la totalidad de Jerusalén como propios. Más bazas electorales en manos de Netanyahu en vísperas de volver a las urnas. Y por el camino resulta irrelevante para los actores implicados en este mercadeo si la ONU queda aún más debilitaba, si se abre aún más la puerta a que otros tengan comportamientos igualmente contrarios al derecho internacional (¿quién le dice ahora a Putin que la anexión de Crimea es inaceptable?) y si se hace totalmente visible el abandono de los palestinos.
Jesús A. Núñez es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria
España, desairada y confundida
Como potencia administradora del territorio saharaui España queda en una posición delicada ante una política de hechos consumados sobre los que, todo indica, no ha sido ni consultada. Con el tiempo ha quedado claro el giro desde una posición de «neutralidad activa», tras la que se escondía el cálculo de que el retraso en la solución del problema mantenía entretenido a Marruecos en otros temas distintos a Ceuta y Melilla, a otra en la que se percibe un notable acercamiento a las posiciones marroquíes por entender que, más importante que el futuro de unos saharauis crecientemente abandonados a su suerte, es la colaboración marroquí en la represión del narcotráfico, la emigración irregular y la lucha contra el terrorismo.
No es fácil para ningún Gobierno español convencer con estos argumentos a una opinión pública mayoritariamente prosaharaui. De ahí la insistencia en escudarse en la ONU como marco de resolución (sabiendo lo improbable de que algo así suceda), al tiempo que se va haciendo inocultable el creciente sesgo favorable a Rabat. Nada de eso ha servido ni para resolver el conflicto ni tampoco para defender mejor los intereses nacionales, al albur de las no siempre compartidas decisiones de Rabat. Por el contrario, Marruecos aumenta su peso en Washington, su poder militar empieza a inquietar y España parece cada vez más impotente. Y la postergación de la RAN solo muestra la confusión reinante.