Viernes, 12 de junio de 2020
Pablo-Ignacio de Dalmases
Periodista y escritor
En junio de 1970 yo era un periodista recién titulado que prestaba servicio en la redacción de Solidaridad Nacional, un diario matutino de Barcelona popularmente conocido como la Soli. El chico del télex iba cortando las noticias que “escupían” los aparatos y las iba trayendo a redacción. A mí me tocó una cuyo tenor literal rezaba:
“El pasado miércoles, día 17, a las 11 de la mañana, se celebró en El Aaiún una manifestación de adhesión a España que se desarrolló dentro del mayor orden y entusiasmo y a la que concurrió la mayor parte de la población y tribus vecinas. En la tarde del mismo día, un grupo de jóvenes, movidos por agitadores extranjeros, provocó disturbios que tuvieron que ser reprimidos por las fuerzas de orden público las cuales, al responder a varios disparos de pistola, ocasionaron dos muertos de raza negra que no han sido identificados como saharauis. En los momentos actuales reina la más completa tranquilidad y las autoridades judiciales proceden al esclarecimiento de los hechos”.
A la altura de 1970 el Sáhara era la única provincia africana que le quedaba a España puesto que el año anterior había entregado Ifni a Marruecos y dos años antes concedido la independencia a Guinea Ecuatorial. Sea por la nostalgia de un orden colonial ya desaparecido en casi todo el continente -Portugal aún resistía y otros países también en algunos rincones-, sea por el reciente descubrimiento de fosfatos, el gobierno español iba dando largas a las peticiones de descolonización que iba emitiendo la ONU pero, como es natural, los vientos de libertad que recorrían el tercer mundo también llegaron, si bien atenuados, al desierto español.
El encuentro que habían realizado en la primavera de 1970 en Tlmencén Hassan II y el presidente de Argelia y la entrevista posterior entre el rey de Marruecos y el presidente mauritano, Mojtar uld Daddah, habían despertado la alarma entre la población saharaui que deseaba un futuro sin ninguna otra tutela exterior. Algunos notables sugirieron al Gobierno general de la provincia celebrar un acto que rechazara cualquier pretensión anexionista de los países vecinos y manifestara su confianza en España, a lo que se accedió sin problemas. Pero entre tanto, había ido surgiendo un movimiento espontáneo que preconizaba la autodeterminación del territorio, si bien por vías pacíficas y de común acuerdo con España y que lideraba un tal Basiri, persona culta y nada extremista.
Al Gobierno General habían llegados ecos de la existencia de este movimiento y parece que recibió mensajes que trataban de proponer conversaciones, pero no se dio por aludido. Entonces, los responsables de la Organización Avanzada para la Liberación del Sáhara, que así se llamaba, decidieron aprovechar la logística montada por las autoridades para la manifestación oficial a fin de traer a la capital a muchas personas que, en vez de acudir a ella, se reunirían en el alfoz periférico de Zemla en otra manifestación paralela.
El 17 de junio de 1970 hubo, por consiguiente, dos manifestaciones, una legal y otra ilegal o alegal. El gobernador Pérez de Lema se desplazó a Zemla para intentar convencer a los reunidos -con mayoría de jóvenes- que se unieran a la organizada por el Gobierno, pero su propuesta no fue aceptada. De las palabras se pasó a las órdenes conminatorias, de ellas a los insultos, de los insultos a las piedras y cuando la Policía, formada no por profesionales, sino por agentes que cumplían su servicio militar, se vio desbordada, el gobernador cometió el imperdonable error de llamar a la Legión, que no es precisamente un cuerpo de orden público. Hubo, por tanto, tiros y muertos. Se ha hablado de cientos, pero no es verdad. Las autoridades reconocieron dos -que, por cierto, no eran negros, ni extranjeros- y uno de los organizadores de la manifestación de Zemla me confirmó años después la cifra, añadiendo dos más que fallecieron a causa de las heridas.
Los cabecillas de la manifestación ilegal fueron detenidos, interrogados “hábilmente” según los usos de la época -palo y tentetieso-, confinados durante cerca de un año y a la postre perdonados. Muchos de ellos eran funcionarios del Gobierno, policías y militares de las Tropas Nómadas. El único que no volvió a salir a calle fue Basiri que, si bien organizador, no llegó a participar en la manifestación y al que el Gobierno, en una deleznable decisión, fusiló sin formación de causa, negando desde entonces que lo había hecho. Fue, como dijo Talleyrand -o Fouché, a los dos se les atribuye la frase- de la ejecución del duque de Enghien, “peor que un crimen, fue un error”, porque Basiri no era ningún extremista y estaba dispuesto a dialogar y pactar un futuro que se sabía inevitable.
El 17 de junio de 2020 se cumple el quincuagésimo aniversario de aquella fecha conocida ya como el «grito de Zemla», que se une a los de Dolores -Méjico-, Yara y Baire -Cuba-, Lares -Puerto Rico- y Balintawak -Filipinas-, expresión cada uno de ellos del deseo de emancipación expresado en su momento por diferentes pueblos hispánicos. El de 1970 supuso el inicio de un proceso que acabaría con el ridículo más espantoso, cuyas trágicas consecuencias aún se padecen. La indignidad con que el Gobierno de Madrid creyó “resolver” cinco años después el problema del Sáhara está aún pendiente de reparación, que sabemos difícil porque hay un tercero poderoso, Marruecos, que ha invadido el Sáhara con el apoyo de Francia y Estados Unidos y se niega a abandonarlo, a pesar de que la ONU recuerda que continúa siendo un territorio pendiente de autodeterminación y que España es todavía la potencia administradora del territorio (dictamen Corell, 2002).
Nuestros sucesivos gobiernos han estado siempre acobardados por los chantajes permanentes de Rabat pero ahora que lo ejerce un gabinete de izquierdas comprometido con la ley de “memoria histórica” acaso podría empezar a recuperar esa dignidad perdida reconociendo, al menos, la ejecución extrajudicial de Basiri -un verdadero “crimen de Estado”- y clarificando para la historia quién la ordenó, cómo, cuándo y dónde se llevó a cabo y en qué lugar se depositaron los restos de quien hoy es considerado con toda la razón el protomártir de la nacionalidad saharaui.