Publicado en: 3 noviembre, 2017 | Por J. Manuel Sánchez Fuente: enfoQuea
“Silenciar la barbarie significa ser cómplice de la misma”. Con este texto de la activista Aminetu Haidar comienza Skeikima, un corto documental que nos actualiza el conflicto saharaui y que se ha hecho con el Premio Raüsch Café otorgado al segundo mejor documental de la 14ª edición de Feciso.
Pese a las dificultades para grabar en Marruecos, las autoras de esta película – Raquel Larrosa, María Alonso, Lucía Callén – consiguieron adentrarse en un círculo de estudiantes activistas, mujeres y hombres saharauis, que luchan pacíficamente por sus derechos y libertades con valor desde las universidades marroquís. Como resultado, se obtiene un breve relato de vidas atravesadas por dudas tan existenciales como distinguir el sentimiento de libertad.
Raquel Larrosa y María Alonso asistieron a la Gala de Clausura, quienes incluyeron en su discurso una emotiva dedicatoria dirigida a los activistas universitarios saharauis, y se refirieron al conflicto manifestando que “está olvidado, y por la parte que le toca a España hay un bloqueo informativo por parte de los medios corporativos”. También hubo palabras para el Gobierno afirmando que está apoyando a un dictador que está exterminando al pueblo saharaui: “Tienen una responsabilidad con el pueblo saharaui y con la vulneración de los Derechos Humanos, pues a diario se están violando derechos fundamentales en el Sáhara Occidental”.
Hablamos con Raquel Larrosa, realizadora del documental, quien tiene la certeza de que la imagen, de que el cine, pueden ganar guerras sin destruir vidas.
¿Qué hizo que se prendiera la mecha de tu interés por el conflicto del Sáhara Occidental?
Conocí el conflicto saharaui a través de un seminario de la universidad en el que coincidí con las otras dos autoras del documental, Lucía Callén y María Alonso, que ya habían estado en los campamentos de refugiados. La idea inicial fue entrar en el territorio ocupado del Sáhara Occidental para contar una historia de Derechos Humanos, pero sabíamos que era muy complicado porque hubo gente que intentó entrar con el mismo propósito y fueron expulsados.
“En el pueblo español hay mucha gente que apoya la causa saharaui, pero el Gobierno de España no, porque recibe un trato de favor de Marruecos”
Y así nos ocurrió a nosotras, pues nos expulsaron a la ciudad de Agadir, que es ciudad marroquí, y una vez allí conocimos una realidad que nunca antes nos habían contado y que nos pareció muy sorprendente: no había universidad en el Sáhara Occidental. Entonces nos pareció muy interesante contar una historia desde la perspectiva de esos estudiantes que vivían en el mismo pueblo que les había ocupado desde hacía 42 años. Indagamos un poco y descubrimos que no había nada sobre este tema.
¿Encontraste mucha información en tu investigación de los medios españoles sobre el conflicto?
De la historia del conflicto sí, pero no de lo que estaba sucediendo cuando me interesé por este tema. Yo inicié mi trabajo de investigación sobre el conflicto a partir del material audiovisual que encontré de videoactivistas que denunciaban la vulneración de Derechos Humanos en el Sáhara Occidental. Entonces empecé a buscar información sobre esto en la red y me di cuenta que en España había un bloqueo informativo acerca de esta cuestión, ya que los medios oficiales no informaban sobre lo que ocurría, tan solo puntualmente, cuando sucedían episodios de dimensión mayor como alguna muerte violenta o el encarcelamiento de presos políticos. Así que, comencé a tirar del hilo de las piezas de videoactivistas y tras mucho trabajo de investigación llegó a mi conocimiento lo que estaba ocurriendo y quise viajar hasta el terreno para conocer in situ a los estudiantes y que nos contaran de primera mano cómo lo estaban viviendo allí realmente.
¿Cómo se consigue viajar como observadora internacional de DD.HH?
Cuando viajamos las tres como observadoras no pertenecíamos a ninguna asociación. No bajamos en nombre de nadie, solo como ciudadanas políticas, pues en Marruecos no dejan entrar a nadie que sea periodista, observador de derechos internacionales o, por supuesto, a cualquier activista relacionado con la causa saharaui. En el mismo aeropuerto cuando llegas te hacen rellenar un formulario donde ellos pueden concluir si eres amiga o no, y desde ese momento ya debes saber jugar tus cartas. A nosotras la primera vez nos cogió de nuevas y no nos salió bien, pero ya la segunda bajamos con más seguridad y lo conseguimos.
¿Y qué medidas tuvisteis que tomar para ello?
Nosotras contactamos con Bachir, que es uno de los estudiantes que da testimonio en el docu, y convivimos con él y más compañeros durante el rodaje. Estábamos en uno de los barrios más pobres de Agadir, el de los estudiantes, y no podíamos salir con una cámara a grabar donde y cuando quisiéramos, es decir, no podíamos movernos a nuestras anchas sino que dependíamos de ellos para contactar y entrevistarnos con la gente. Además, al ser mujeres blancas y europeas llamábamos mucho la atención, y encima íbamos con cámaras. Había que tener cuidado, ya no solo por ti, sino por la historia en sí, pues los estudiantes que prestan testimonio son activistas de DD.HH que antes de participar en el documental ya habían sido capturados y torturados, por tanto había que ser consciente de que eran gente que se estaban jugando la vida.
“En Marruecos no dejan entrar a nadie que sea periodista, observador de derechos internacionales o, por supuesto, a cualquier activista relacionado con la causa saharaui”
¿Fue complicado el rodaje a nivel de producción?
Pues la primera bajamos solo con una cámara y en condiciones más precarias, pero la segunda vez ya fuimos más preparadas, con más material y mayor seguridad para todo. A nivel de realización también fue todo más fácil al ser tres personas.
El documental te deja un regusto de desolación e impotencia por un lado, pero a la vez cierta sensación de esperanza, que se recoge bien con el texto: ellos y ellas son Skeikima, un río que devuelve la esperanza a su pueblo.
Es una sensación, la de luchar por sus próximas generaciones para que sean libres, que cuando tengan niños y estos vayan al colegio puedan decir que son del Sáhara Occidental sin temer que se puedan llevar a los padres para matarlos. Se trata de una gran hostilidad en la que naces diferente y no sabes por qué hasta que vas siendo mayor. Skeikima es la calle principal de El Aauín ocupado y significa río en el desierto. Allí es donde acontece todo, la mayoría de las protestas, etc., y la nombraron así como metáfora para sentirse más cerca de casa. A nosotras nos transmitieron que siguen teniendo esperanza y que van a seguir luchando para vivir en paz.
Fotograma de Skeikima
Uno de los aspectos más interesantes que plasma el documental es la revelación de un grupo secreto de mujeres organizadas por la causa, tan jóvenes y activistas, que exponen su vida a diario.
La mujer saharaui no se corresponde para nada con la imagen que se da de ellas en los medios, de que no pueden hablar ni decir nada. Son activistas que salen a la calle a pintar graffitis de “Sáhara libre” vestidas de hombres en un país en el que no hay libertad de expresión. Nazha, una de las chicas que sale en el documental, justo cuando íbamos a cerrar la edición, se fue a una manifestación a grabar imágenes con su cámara. La policía se la confiscó y ella fue a recuperarla a la comisaría con el riesgo que ello conllevaba. Son mujeres muy libres, fuertes, preparadas, y muy seguras de lo que quieren y de lo que hacen. Es un placer escucharlas y para las realizadoras de este documental significan una de las esperanzas del pueblo saharaui.
Llama la atención que la mujer del Sáhara Occidental tenga ese papel tan activo en política perteneciendo a una sociedad ultra musulmana.
Es curioso porque cuando les preguntábamos qué era para ellas la libertad nos contestaban con convicción que cuando escuchaban la palabra libertad pensaban en su pueblo y Estado libre, pero cuando les planteábamos su libertad individual, tenían que hacer como un ejercicio y tomarse su tiempo para responder. Es cierto que entre los estudiantes hay una relación muy de igual a igual y tanto en España como en campamentos, a través de asociaciones, se trabaja mucho el tema del género y se ve que todos ellos forman un colectivo, una entidad.
Conmociona leer el título de crédito del final donde manifiestas que todos los que han dado su testimonio en el documental arriesgan su vida, esto te hace pensar en el peaje que se puede llegar a pagar.
Nosotras les preguntábamos constantemente si querían aparecer, y siempre nos decían que ellos eran activistas y querían que eso saliera para que llegara al resto del mundo y se entendiera lo que les está pasando. Yo siempre digo que hay dos tipos de personas que no apoyan esta causa: unas son las que desconocen el conflicto y otras las que reciben un trato de favor del gobierno marroquí. En el pueblo español en concreto, hay mucha gente que apoya la causa saharaui, pero nuestro gobierno no, porque recibe un trato de favor de Marruecos. Por otro lado, existe una gran cantidad de gente que está desinformada y no se posiciona.
Organizaciones internacionales del peso de AI y Human Rights Watch llevan informado durante mucho tiempo de violaciones flagrantes de los Derechos Humanos, tales como torturas, encarcelamientos, desapariciones. ¿Por qué crees que no interesa buscar una solución a este conflicto?
Hay intereses económicos. Al gobierno español le conviene llevarse bien con el gobierno marroquí por el tema del control de la inmigración y lo del muro de Melilla, a pesar de que su gobernante sea un tirano. En el caso de EE.UU y Francia, le han apoyado desde siempre y le van a apoyar por estrategia política. Siguen asesinando gente en el Sáhara Occidental, pero parece que hay vidas que valen menos y esto no les importa. Se pasan por el forro todos los informes de las organizaciones internacionales de DD.HH. Mientras estos tres países hagan este triángulo a favor de Marruecos no hay nada que hacer, porque tienen muy claros sus intereses.
“La cooperación unida a la comunicación son los motores del cambio”
Cuando estuve investigando el desmantelamiento del genocidio sobre la población saharaui en 2010, hubo grabaciones en video de activistas españoles que filmaron y denunciaron cómo la policía marroquí entra en el campamento y lo desmantela violentamente. Entonces estaba el PSOE en el gobierno y recuerdo que dijeron que cuando tuvieran pruebas de que esto había ocurrido de forma violenta, ya verían qué medidas aplicarían. Era una cortina de humo total, porque hay imágenes que no se pueden manipular, además el video ya empieza a ser válido como elemento jurídico. Casualmente, el mismo año, Zapatero acude a un foro de Derechos Humanos en Dajla, ciudad ocupada del Sáhara Occidental, un hecho sarcástico y surrealista a partes iguales . Pueden hacer lo que quieran impunemente.
¿Hacen buena labor las ONG´s que trabajan en favor de la causa del pueblo saharaui?
No conozco todas, pero sí admiro a los activistas que llevan trabajando tanto tiempo en el terreno. Nosotras en concreto conocimos a la asociación de víctimas de minas del Sáhara Occidental, que hacen un tremendo trabajo de rehabilitación con las personas que han sufrido ataques de minas y sabemos que ellos están salvando vidas. Si comparas esto con Naciones Unidas, que manejan millones y a lo que se dedican es a repartir una cesta entre los refugiados que no les llega ni para mantenerse dignamente, pues no me vale. Ya sabemos que ni el cine, ni el periodismo, ni las ONG´S pueden cambiar el mundo, y aunque tampoco pongo la mano en el fuego por todas las ongs, sé que la cooperación unida a la comunicación son los motores del cambio y se están dando cuenta, a través de todo lo que puede abarcar el video o fotoperiodismo. En todo esto junto sí que confío.
A veces da la sensación de que las pequeñas ONG’s consiguen más cosas que las de mayor tamaño. ¿No resulta esto un poco paradójico?
Depende. Hay muchas ONG’s grandes que hacen cosas enormes, como Médicos del Mundo por ejemplo. Para mí la labor de las pequeñas son muy importantes, porque hacen pequeñas grandes cosas que son fundamentales y ayudan mucho, como por ejemplo la ONG James Moiben, con la que yo estuve colaborando para un proyecto en Kenia, que consistía en construir un pozo para abastecer de agua a los estudiantes de un colegio y los habitantes de la zona, con la finalidad básica de que estos no tuvieran que sacarla de la tierra.